viernes, 21 de noviembre de 2025

 

El Ejército como Campo de Disputa Ideológica: La Lucha por la Hegemonía entre el Proyecto Nacional y el Poder Extranjero.

   


Recuerdo haber escuchado, hace muchos años, un comentario de un veterano peronista refiriéndose al Gral. Perón. Este había expresado, respecto a las internas de las Fuerzas Armadas —palabras más, palabras menos—: “En el Ejército son el diez por ciento para un lado y el diez por ciento para el otro; lo demás es bosta de paloma”. Está claro que se refería a la posición del Ejército respecto a la política.

El rol del Ejército fue constitutivo de la nación. En las luchas por la independencia, el ejército nacional se fue formando con las milicias urbanas y rurales. Estos eran cuerpos armados formados por civiles (artesanos, comerciantes, campesinos). No eran soldados profesionales, pero conocían el terreno y luchaban por su tierra. Aquí aparece el gaucho de la llanura pampeana y del litoral, que se convirtió en un elemento militar vital: eran jinetes expertos, resistentes y conocedores del territorio.

En ese momento histórico, también era importante el apoyo político y de inteligencia. La manera de influir en la opinión pública era a través de los debates en los cafés; las arengas en las plazas y la prensa (como la *Gaceta de Buenos Aires* de Mariano Moreno) fueron esenciales para crear y sostener el sentimiento revolucionario. Sin un apoyo popular mínimo, la revolución se hubiera ahogado. Las redes de espionaje e información en zonas de conflicto, como el Alto Perú (actual Bolivia) y el norte, eran cruciales: la población local actuaba como ojos y oídos del ejército patriota, informaba sobre los movimientos de las tropas realistas, escondía a los patriotas y servía de guías.

Podemos decir que fue una guerra popular y una revolución social. La línea entre el soldado y el civil era extremadamente delgada. La participación civil fue masiva, involucrando a miles de personas de todos los estratos sociales y regiones. Esto ha quedado en la memoria colectiva de nuestras fuerzas armadas.

A esto tenemos que sumar la formación de las industrias locales: se crearon talleres (herrerías, talabarterías, textiles) para fabricar armas, sables, monturas y uniformes para las tropas. Esto se combina con la historia más reciente y no tan conocida: el rol de las Fuerzas Armadas en la industria pesada en el siglo pasado fue de un protagonismo determinante, con el objetivo declarado de impulsar la industrialización y la autonomía estratégica del país.

Los principales roles y ámbitos de acción fueron los siguientes. Oficiales militares fueron directamente responsables de crear y dirigir empresas como Fabricaciones Militares (FM) en 1941, el “brazo industrial del Ejército Argentino”. No solo fabricaba armamentos, sino que abarcó una diversidad de rubros de industria pesada: Siderurgia; con Altos Hornos Zapla (en la provincia de Jujuy). Petroquímica: en Río Tercero, Córdoba. Fabricación de vagones y locomotoras. Vehículos: producción de camiones y vehículos militares. Plantas de zinc y plomo.

La DINFIA (Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas), posteriormente convertida en la Fábrica Argentina de Aviones "Brigadier San Martín" S.A. (FAdeA), fue el pilar de la industria aeronáutica nacional, donde se diseñaron y construyeron aviones como el Pulqui I y II. El Pulqui II fue el primer avión a reacción de América Latina. Los astilleros navales, como el ASTARS (Astillero Río Santiago) a cargo de la Armada Argentina, construyeron buques mercantes, de guerra y petroleros.

Durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), la visión industrialista del Gral. se alineó con los intereses de desarrollo de las Fuerzas Armadas. El Segundo Plan Quinquenal (1953) explicitaba la necesidad de que las Fuerzas Armadas participaran en la industria pesada para la defensa nacional. Fabricaciones Militares se expandió en este período.

Hay que decir que, tras el derrocamiento de Perón en 1955, los gobiernos militares y civiles que le siguieron mantuvieron el modelo industrialista. “La Revolución Argentina” (1966-1973), bajo el mando del Gral. Juan Carlos Onganía, tuvo un proyecto explícito de desarrollismo nacionalista. Se crearon empresas como Hidronor, siempre con una fuerte participación y control de los militares en los directorios de las empresas estatales.

El desmantelamiento comienza en la última dictadura (1976-1983). Este período marca un punto de inflexión. La Junta Militar, influenciada por economistas neoliberales como José Alfredo Martínez de Hoz, abandonó por completo el proyecto de industria pesada para la soberanía. Implementó políticas de "desindustrialización" con la apertura importadora, de manera similar a lo que se está implementando ahora. Se consideraba que el Estado era un "mal administrador" y que el mercado debería asignar los recursos. Este proceso sentó las bases para la posterior ola de privatizaciones en los años 90 durante el gobierno de Carlos Menem.

Por lo tanto, no se puede entender la historia de la industria pesada en la Argentina del siglo XX sin analizar el papel central, y contradictorio, de sus Fuerzas Armadas.

Por esta razón, las fuerzas armadas y la población de la cual se nutre son un campo de disputa; hay una lucha de intereses por influir en la conciencia de civiles y militares. Fuimos testigos, a través de la historia, del protagonismo del pueblo junto a sectores militares llevando adelante proyectos que concordaban con los intereses de toda la población.

No es muy conocido el comentario de Henry Kissinger respecto de las Fuerzas Armadas argentinas cuando recién habían protagonizado el golpe de 1976. A la pregunta sobre qué opinaba sobre el reciente golpe en la Argentina, respondió: “Si hacen lo que tienen que hacer, les va a ir bien”. El Plan Cóndor fue pergeñado por EE.UU. para el cono Sur de América Latina. En este marco el propósito del golpe, fue desmantelar toda resistencia por el simple hecho de que un gobierno peronista era un impedimento para poder implementar el plan que luego llevó a cabo Martínez de Hoz. Lo no dicho y ocultado es que, una vez que el gobierno de facto desarticuló toda resistencia, dejó de ser útil a los fines de los intereses económicos ligados al extranjero. Lo que terminó de ponerlo en duda total fue la recuperación de las Malvinas. Todo esto hizo que pasaran a ser indeseables, hasta que EE.UU. apoyó la campaña de los derechos humanos para promocionar una salida democrática en donde el plan económico pudiera continuar al servicio de los intereses foráneos. Así fue como el gobierno de Alfonsín fue funcional a esos intereses; tal es así que el mismo Alfonsín, al final de su mandato, dijo: “Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”.

Luego del alfonsinismo, el poder oculto continúa con el advenimiento del menemismo, que, en un primer momento, fue una expresión del peronismo presentándose como una representación popular del interior, evocando a un caudillismo que históricamente se enfrentó a los unitarios del puerto de Buenos Aires. Pero no fue así: el peronismo de Menem también fue cooptado por el poder extranjero que, en ese momento histórico, parecía expandirse por todo el mundo con la caída del Muro de Berlín en 1989. Este fenómeno dejó a Occidente sin adversarios; tal es así que el libro de Fukuyama tuvo mucha trascendencia por su título, *El fin de la historia*, advirtiendo que entrábamos en una etapa en donde ya no habría vuelta atrás y el sistema patidocrático liberal dominaría el mundo por siempre.

Ya se ha señalado que el poder financiero busca acceder al poder por el medio que le sea más conveniente y oportuno en su momento. Vivimos la experiencia del año 1976. Un golpe cívico-militar (la palabra "cívico" se agregó años después porque primero se adjudicó toda la responsabilidad a las Fuerzas Armadas; esto también fue una estrategia informativa).

Hemos visto, a través de la historia y en hechos recientes, cómo la participación popular ha sido y sigue siendo la protagonista más importante de la historia. Esto el enemigo lo sabe y trata de influir a través de los medios. Tenemos como testimonio los últimos acontecimientos de la llamada “generación Z”, que ha sido motivada para desestabilizar gobiernos que son un impedimento para los intereses financieros multinacionales, como es el caso del caos reciente de las manifestaciones en México que no han tenido el resultado deseado.

Volviendo al principio, las preferencias de las personas son definidas por aproximadamente un 20 por ciento de la población, y el resto acompaña. Esto obedece a que una minoría activa tiene una influencia destacada en la formación de la opinión pública y la agenda política. En esto cumple un rol importante los medios. En la jerga de la información se llama *Agenda-Setting* (“Control de la Agenda”). Esta teoría sostiene que los medios de comunicación y los líderes de opinión (que forman parte de ese 20% activo) tienen el poder de decidir sobre qué temas habla la sociedad. Al fijar la agenda, definen qué es importante y, en consecuencia, sobre qué se forman preferencias. A esto estamos expuestos cotidianamente.

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