Sería un error suponer que la situación egipcia se ha generado por sí
sola. Es parte de la agitación promovida por la “primavera árabe”, un
vasto movimiento de rechazo contra la falta de representatividad de los
regímenes corruptos y contra las políticas impuestas por la
globalización y el neoliberalismo. Movimiento amenazante para el
imperio, ha determinado que este se vuelque a un activismo que busca
contrarrestar su potencialidad revolucionaria apelando a recursos de una
desvergüenza y ferocidad sin límite. Primero trató de mezclar los
tantos asumiendo como legítimos los reclamos del pueblo árabe, para
seguidamente buscar anularlos a través del principio del Gatopardo:
cambiar algo para que nada cambie. Se alentaron las tendencias divisionistas
y los confesionalismos, haciéndolos pasar como la legítima expresión de
la voluntad del pueblo; se buscó instrumentar al integrismo de
raigambre popular volviéndolo contra los sectores laicos o cristianos, y
se pusieron en marcha dos operaciones en gran escala para derrocar a
líderes desafectos asentados en encrucijadas estratégicas o provistas de
recursos energéticos o acuíferos codiciables. En Libia la jugada tuvo
éxito, Muammar Gaddafi fue asesinado y el país, si no formalmente, sí en
la práctica, se dividió en dos secciones, Cirenaica y Tripolitania. Con
el aporte de mercenarios occidentales y de jihadistas reclutados entre
los rangos de las mismas organizaciones terroristas que Occidente
denuncia, se puso en marcha un operativo que contó con apoyo aéreo y
logístico de la OTAN, además de una cobertura informativa infame. En
Siria el emprendimiento se ha revelado más difícil: la obstrucción rusa y
china a los intentos de deslegitimar en las Naciones Unidas al gobierno
de Bagdad, y la eficacia del ejército sirio a la hora de enfrentarse a
las hordas jihadistas, pusieron las cosas en una situación de empate que
ahora se está alterando de manera manifiesta a favor del gobierno.
Enrique Lacolla
http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=341
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